El adiós más doloroso es aquel que no sucedió.
Junio
Él quería recorrer sus dedos a lo largo de la
columna vertebral de ella. Quería sentir su suave piel bajo su holgada
camiseta. Quería trazar el contorno de sus costillas y sentir el ritmo de su
corazón.
Eric Campbell yacía silenciosamente en su
cama, mirando la encarando la espalda de Alaska Decany mientras ella miraba
hacía otro lado.
Él la había dejado pasar la noche en su casa.
Eso había sido diferente. Bueno, ella
era diferente.
Le había dado su vieja camiseta de The Rolling Stones, solo para hacerla
sonreír. Él sabía que ella adoraba a esa banda. Ella le dijo que no tenía que
dormir en el sofá, que quería que durmiese ahí en la cama, a su lado. Lo quería
con ella e incluso Eric Campbell, el rompecorazones del año, sintió a esas
malditas mariposas revolotear en su estomago cuando oyó sus palabras.
Así que ahí estaba, tumbado junto a la chica
más hermosa que había visto nunca. Había decidido darle ese título cuando la
miraba desde la puerta del cuarto de baño mientras ella se lavaba la cara.
Su maquillaje se había ido por el desagüe
mientras ella se secaba el rostro con una toalla y se giraba hacía él para
regalarle una pequeña sonrisa. Parecía más joven. Más ingenua, inocente. Una
Alaska Decany que nunca había visto antes, pero a la que quería conocer.
Dios, por supuesto que quería.
Sus gélidos ojos azules le sonrieron y él notó un pequeño brillo en sus mejillas.
“¿Estás seguro que puedo quedarme esta
noche?” Le había preguntado ella. Él asintió con la cabeza, tragándose ese
desagradable nudo que se había formado en su garganta antes de contestarle.
“Sí, por supuesto. Matt se queda en casa de
su novia esta noche así que no va a venir a casa”
Y así se había subido a la cama, llevando
solo unos tejanos cortos y su maldita camiseta de los Rolling. Una camiseta que la hacía 10 veces más menuda de lo que
realmente era.
“¿Eric?”
Fue su voz tranquila pero áspera lo que lo
sacó de la ensoñación que sentía al tenerla ahí tumbada a su lado. Su voz, cortando
el silencio como un chuchillo, lo había despertado.
Él tuvo que aclararse la garganta antes de
responder, sintiéndola espesa por el sueño.
“Uh, ¿sí, Alaska?” Contestó.
Un segundo después ella se dio la vuelta en
la cama, ya no hecha un ovillo. En cambio, ahora se encontraba frente a él. Su
mano estaba metida bajo la mejilla que se apoyaba en la almohada. Él estaba
tumbado sobre su espalda, pero con la cabeza girada y mirándola a ella.
“Gracias por dejar que me quede.” Ella casi
susurró. Su respiración se notaba suave
contra el rostro de Eric. Se preguntó si ella se había dado la vuelta solamente
para eso, solo para darle las gracias, o si había algo más que ella quisiese
decirle.
“De nada, Alaska.”
Tras un minuto de silencio, ella habló de nuevo.
“Gracias por arriesgarte con la chica rara
del bar.”
Él imaginó que ella debía estar sonriendo,
pero en la oscuridad no podía estar seguro de eso. Se preguntó si ella quiso
hacerlo ver como una broma, pero había una especie de sinceridad en sus palabras
que le hizo ver que no estaba bromeando. Eran palabras tristes.
“Gracias por arriesgarte con Eric Campbell.”
Susurró de vuelta y, para su alivio, ella se echó a reír
Su risa era como una campana, que llenaba
todo el dormitorio. Imaginó su risa como una luz que podría encender toda la
oscura habitación sin esfuerzo alguno. Era una risa hermosa, como pocas en este
mundo. En ese momento, él se prometió a si mismo que nunca olvidaría su risa.
Sin importar lo que pasara, no lo haría.
Y hasta el día de hoy, él aún se agarra a esa
promesa.
Ella le miró y el supo que una sonrisa estaba
aún proyectada en su rostro, dejando una pequeña arruguita al final de sus ojos
y un ligero hoyuelo en su mentón.
“No me arriesgué con Eric Campbell.” Ella
sonrió suavemente, haciendo que las cejas de él se fruncieran ligeramente hasta
que continuó. “Me arriesgué con Eric del
bar.”
Y con eso, él no pudo evitar que saliese su
propia sonrisa así como tampoco pudo retener el hecho de que su corazón
empezase a revolotear alrededor de su pecho. No pudo evitar el sonido de una
vocecita en su cabeza diciéndole que debía parar de actuar como una maldita
niña de dieciséis años.
Hubo un silencio que llenó la sala pero que
no duró.
“Eric…” Ella dijo su nombre como una
exhalación, aun sin aire por culpa de la risa. “Quiero que me beses.”
Y así lo hizo.
No
hubo vacilación, ningún momento de curiosidad o confusión. Eric estaba
demasiado acostumbrado a verle un segundo sentido a las cosas o a pensar
demasiado sobre una situación. Pero, en cuanto a lo relacionado a Alaska, se
dio cuenta de que no había sido necesario que se lo dijesen dos veces.
Él encontró sus labios en la oscuridad. Eran
suaves, justo como él había imaginado. Sabían débilmente a vainilla y humo de
cigarrillos, algo que lo hacía todo muy Alaska. Llevó una mano a su mejilla y
con la otra le empujó el cabello rubio de la cara mientras la abrazaba.
No fue demasiado loco pero tampoco ingenuo.
La tocó como si quisiera que cada una de sus huellas quedasen marcadas en la piel
de ella. Quería recorrer su espalda y tocar las pecas alrededor se su pequeña
nariz. Él quería darle besos en todo el rostro pero, de un momento al otro, él
sintió como el beso llegaba a su fin.
Y tan rápido como había sucedido, ella se
apartó y todo se acabó. Fue llevado de vuelta a su dormitorio oscuro, con la
frente pegada a la de Alaska Decany mientras trataba de recuperar el aliento.
“Espero…” Ella empezó, tratando de respirar
con normalidad mientras hablaba. “Espero que encuentres lo que andas buscando
Eric Campbell.”
Y con eso, ella se apartó y le dio la espalda
una vez más mientras la habitación se llenaba de silencio de nuevo. Era un
silencio que lo ensordecía. La única cosa que podía oír era su acelerado
corazón latiendo dolorosamente en su pecho. Las palabras de ella corrieron por
su mente mientras él yacía al lado de ella, con la vista de una espalda
cubierta por una camiseta de hombre.
Espero
que encuentres lo que andas buscando.
Espero
que encuentres lo que andas buscando.
Él no pronunció palabra durante el resto de
la noche, porque sabía que ella había hablado suficiente por ambos. No le hacía
falta una explicación sobre lo que acababa de suceder o sobre lo que sucedería
mañana. En algún lugar en la trastienda de su mente, él ya lo sabía.
Él sabía que cuando se él se despertase, ella
se habría ido. Fuese a volverla a ver o no, por la mañana no estaría. Hubo un
cierre en sus palabras, una forma de despedirse para ella.
Era la forma de despedirse de Alaska Decany.
Porque quizás “adiós para siempre” era
jodidamente demasiado mainstream para
ella.
Así que los dos yacieron uno al lado del otro
en silencio mientras Eric Campbell cerraba sus ojos y dejaba que el sueño se lo
llevase, sabiendo que por la mañana, él se despertaría con un nuevo día y un
nuevo vacío en su cama.
Saying someone can't be sad
because someone else may have it worse
is just like saying
someone can't be happy
because someone else may have it better.
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