Una mujer conoce al hombre al que ama como un marinero conoce el mar abierto.
Junio
“Te
he hecho algo.” Dijo ella una noche en la que la había vuelto a traer a su
apartamento. Estaban acurrucados en las profundidades de su blandito sofá de
cuero y veían programas de televisión sin sentido a las 2 de la mañana.
Ambos
habían caído en una rutina familiar, donde se encontraban entre sí en la
multitud de aquel bar y, finalmente, acababan cogiendo un taxi hacia el
apartamento de Eric, solo para ver televisión sin significado hasta que llegaba
el amanecer y el sol empezaba a brillar a través de la enorme ventana de la
sala de estar.
Se
había convertido en una amistad de confianza.
Eric
enarcó sus cejas, tomando el último trago de su cerveza antes de colocar la
ahora vacía botella sobre la pequeña mesita de café.
“¿En
serio?” Preguntó, sonando genuinamente sorprendido. “¿Qué celebramos?”
Sus
labios se torcieron en una pequeña sonrisa traviesa mientras acercaba sus
rodillas a su pecho y enterrando los dedos de sus pies en el borde del diván.
Cogió su bolso de la mesilla de café y él la observó mientras ella rebuscaba en
el interior antes de sacar lo que parecía ser un CD.
“Esto.”
Ella se lo entregó a él con una tímida sonrisa en sus labios rosa pálido.
Eric
arqueó una ceja. Era un CD en blanco, sin nada escrito en él. Pura confusión fue lo que sintió al cogerlo
de la mano que ella le tendía, haciéndolo girar alrededor de sus manos antes de
volverla a mirar a ella.
“¿Qué
es?” Le preguntó.
Una
risa débil se escapó de sus labios mientras le sonreía. “Yo… hum… Bueno, yo te
he hecho un CD.”
Un largo
y arrastrado “Aw” se deslizó por la boca de él mientras ella enterraba su
rostro en sus rodillas. Él rió, inclinándose hacia ella para rizar un mechón de
su desordenado cabello rubio.
“Wow,
Alaska. Después de conseguir que vengas conmigo a casa durante todas estas
noches, ahora me das regalos. Debo ser bueno.”
Él
se echó a reír cuando ella frunció el ceño y le golpeó juguetonamente en el
brazo, gruñendo. “¡No es un regalo!” Resopló ella. Sus mejillas estaban un poco
sonrojadas y él no sabía si se sentía avergonzada o no. O si simplemente estaba
nerviosa. Él no podía saberlo, simplemente porque Alaska Decany no era del tipo
de chica que se avergüenza por una cosa así.
“Entonces,
¿para que es?” Se preguntó él por curiosidad. Eric planchó sus tejanos
lentamente con las manos antes de levantarse del sillón y cruzar la sala de
estar dirigiéndose al televisor. Apagó el programa de actualidad que se veía en
la pantalla y encendió su equipo de música estéreo.
“No
lo sé.” Ella se encogió de hombros. “ Supuse que teníamos el mismo gusto por la
música.”
Eric
se rió, colocando el CD en la ranura y presionando play.
“¿Y
porque asumió eso, señorita Decany?” La molestó él. Miro de nuevo hacia la
chica, donde ella se veía infinitamente pequeña, acurrucada en su sofá mientras las luces de
Londres a las 2 am brillaban a través de la ventana situada tras ella. Alaska
le dedicó una sonrisa torcida y encogió sus delgados hombros.
“No
creo que seas de los que escuchan el Top 100 de ITunes como todo el mundo
piensa.”
Eso
podría no haber sido un cumplido. Demonios, probablemente no había querido
decir nada con ese comentario, en absoluto. Tal vez ella simplemente lo había
pensado, había pensado que tenían el mismo gusto por la música y le había dado
algún viejo CD que tenía por casa. Aunque no sabía la razón, el corazón de Eric
no pudo evitar palpitar fuertemente en su pecho en ese momento.
Esa
no era ella diciéndole que tenía una gran voz o un buen cuerpo. Ella no le
estaba diciendo que había sido muy gracioso durante su conversación o que tenía
una bonita personalidad.
Esa
era ella, después de pasar algunas noches en un lúgubre bar a las afueras de
Londres, dándose cuenta de que él no era como todo el resto del mundo lo hacia
ver y eso fue un halago que él nunca se hubiese cansado de oír.
“¿Tu
crees?” Pregunto él, sonando un tanto serio.
Una
pequeña melodía empezó a llenar la sala a través de los caros altavoces de él
mientras la voz de Paul McCartney se colaba por todos los rincones del
apartamento. Incluso estando en un cuarto bastante oscuro, él pudo distinguir
la tenue sonrisa que se había formado en el rostro de Alaska.
“Eres
demasiado condenadamente hipster para la música beep bop, Eric.” Ella respondió
y él no pudo evitar reír. Antes de darse cuenta siquiera, él ya había cruzado
la habitación de nuevo y, sin saber si esto la había tomado a ella por sorpresa
o no, él sabia que debía hacerlo. Se agachó, agarrando la mano de ella antes de
que tuviese tiempo de apartarse de él.
“Eric,
que…” Pero antes de que pudiese decir nada, él la hizo callar y la ayudó a
levantarse. Él no la dejó decir nada mientras sostenía su mano y dejó que su
otro brazo se posase en su cadera.
“Eric,
¿se te ha ido la olla?” Ella se rió en el momento en el que se dio cuenta de lo
que él estaba haciendo. El sonido de la
guitarra y la voz melodiosa de Paul McCartney llenaban el apartamento oscuro
mientras Eric se balanceaba hacia los lados, con los ojos clavados en los
azules de ella.
“¿Quieres
callarte de una puta vez y simplemente bailar conmigo, Alaska?”
Ella
se echó a reír, pero lo hizo.
Bailó
con él.
Y
eran las dos de la mañana en una noche lluviosa en Londres y en vez de estar
con el resto de la banda, haciendo lo que los medios de comunicación esperaban
que hiciese – es decir, bailar en clubes, besando a chicas y emborracharse
mientras sonaba una canción de Skrillex – Eric Campbell estaba bailando al son
de Hey Jude de The Beatles en un
apartamento vacío con una chica que había conocido al ordenar una bebida en un
bar.
Una
chica que, él estaba convencido de que en dos días, ya había empezado a cambiar
su vida.
It took me fourteen years
to understand
what they meant
when they said
that monsters don't live
Under beds.
It took me fourteen years
to understand
what they meant
when they said
that monsters don't live
Under beds.
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